jueves, 28 de mayo de 2009

El despertar...


Hace un tiempo; yo solía caminar por la tierra como cualquier otro de mi condición, y al igual que la mayoría, solo tenia oídos para escuchar a los sabios de mi clan.
Formaba parte de una gran manada de hombres y mujeres; que con miedos en el alma y lagrimas en el corazón, dedicaban su tiempo a enseñarme su gran arte: “El arte de correr en estampida”. Corrían a gran velocidad sobre los caminos que sus antepasados le habían enseñado, y yo les seguía imperturbable y devoto como el más fiel de los creyentes.

Sus fines y motivos eran variados, sin embargo, todos sus caminos y anhelos deseaban convergir en el mismo mar dulce, en ese que ostenta por nombre: “Felicidad”. Avanzaban como una gran masa voraz que destruía todo lo que opusiese resistencia a su paso y en sus oídos guardaban con recelo las incisivas palabras de los sabios. - que eran para ellos, alimento vital para continuar su camino-.

“todo lo que estorbe entre nosotros los hombres y nuestro mas preciado fin: ¡debe ser aniquilado!...
Pero no se preocupen por la severidad de esta última palabra hermanos...
¡Porque nuestro fin justificara nuestros medios!”…

Así deleitaba un sabio los oídos y corazones de la manada.

Esa era mi vida; y se presentaba ante mi corazón, como una densa sombra que lo eclipsaba todo con su abrazo. Me sentía como un animal sediento, perdido a mitad del desierto más árido y calcinante de todos.- era tan abrumadora la sequía de aquel desierto, que todo el tiempo me conformaba con beber el agua impura y nociva de los oasis del ocaso-.

Mi única felicidad verdadera y profunda en esos días era poder ¡correr!, correr y sentir el viento en la cara, correr y sentir el alma desbordarse en los senderos luminosos de la tierra, correr y sentir mi vida reflejarse en su vida. ¿Qué importaban para mi los anhelos de mi manada?, si mi mar dulce se encuentra lejos de donde reposa el suyo.

Todo fluía ligero y natural mientras corría, y poco a poco comenzaba a desenterrar mi fin verdadero. Sin embargo, con el andar de los días vislumbre una verdad que desmoronó aquella realidad. Y es que por primera vez en mi recorrido, no me encontraba corriendo por senderos de natural libertad y belleza. – como siempre había creído- Sino que me postraba sobre un gris y áspero camino de concreto, cuadrado e infinito. ¿Habrá sido construido por los hombres? Pensé, y con una mezcla de escepticismo y fe, decidí avanzar por su vereda.

Continué mi carrera habitual, ahora sobre los bloques opacos del camino, sin ningún agobio, sin ningún temor, todo se manifestaba sereno en mi recorrido; cuando de pronto, sin dar ningún aviso, mi alma me cuestionó severamente:



¿Qué es lo que encontrare para mí al final de este camino?...

¿Es en verdad su fin a donde quisiera llegar toda alma de hombre?...

Y si así fuese…

¿Será verdad que todas las almas ansiamos obtener el mismo fin?...




Estos pensamientos detonaron en mi mente de manera estruendosa y provocaron la parálisis inmediata de cada uno de mis músculos. Mi cuerpo cayó difuminado y sereno, de la misma forma como lo hace la noche cuando diluye la tarde. Y finalmente, aterrizó en un verde prado que crecía por un lado del camino; en el cual lentamente y poco a poco comenzó a esfumarme.

El golpe de la caída fue severo y logró desconectarme de la realidad por un momento; mas cuando pude regresar , me sentía ligero, casi inexistente, transparente como el cristal del rió sereno. Pude sentir la desbordante fuerza de la felicidad primitiva avanzando a gran velocidad a lo largo de mis venas, y experimentar el vuelo impetuoso de mi mente hacia los primeros pasos del camino: donde todo galopaba vertiginoso a mi alrededor y donde descansaba cálido y protegido en los brazos de mi especie.


Mi mente nadaba en retrospectiva mis recuerdos justo ahí, en el verde prado que había decidido vivir a un lado del camino. Nuevas ideas nacían en su jardin como bellas flores en primavera, y yo presentía en su nacimiento mi propio despertar.

De pronto, con la velocidad de un pestañeo, una fuerte corriente de aire golpeó mi costado con fuerza brutal y me elevó potente hacia las alturas. Pude sentir su flujo intenso e incansable en mi cuerpo, y mi corazón se llenó de claros amaneceres. Luego, de manera inesperada y mientras mi cuerpo levitaba el cielo, entraron retumbando por mis oídos las palabras mas dulces y alentadoras que hubiese escuchado alguna vez:

“A partir de este momento, tú ya no perteneces a la tierra. Tu destino esta ahora en los altos cielos. Derrama tus últimas lágrimas por las cosas terrestres que mas ama tu corazón, porque jamás volverás a bajar a sus caminos. Tu fin esta ahora, en la tierra más elevada, pero para acceder a ella, antes debes liberar todas tus cadenas”…

Cuando no pude escuchar más aquellas hermosas y liberadoras palabras, el viento comenzó a elevarme más y más, y poco a poco fui dejando el camino de los hombres atrás.

Comprendí desde lo alto la bella fragilidad de mi existencia, y por un momento agradecí poder sentir. Pero esta vez no se trataba solo de sentir la magia suave del viento en la cara: se trataba de ¡sentir!, sentir con todo el peso y profundidad de la palabra, sentir la miel derramarse en mi empolvado corazón, sentir los caudales de mi rió desbordarse; a eso le llamo yo poder ¡sentir!...


Me desplazaba como un rayo de luz resplandeciente a través del cielo encendido del ocaso, cuando mi mente recordó, y mi corazón extrañó: a mis hermanos: los hombres.

¿Será acaso que no habita dentro del alma de los hombres el malestar de avanzar por caminos hechos y pisados por miles?...

¿Acaso no vive en su alma el impetuoso empuje de la libertad?...

Esta reflexión, solo encontraba respuesta en mi impotencia de curar a los ciegos. Y fue esa misma impotencia, la que me provocó un profundo dolor que provenía de mar adentro, de mi oscuro mas dominante. Se originaba en las entrañas de mi alma y poseía una fuerza indomable: propia de lo sublime, de aquello que se extiende y vuela por encima de las cabezas de los hombres, de aquello que nace del furor primigenio. De ese furor que los corazones de los hombres jamás podrán crear ni mucho menos entender: porque este furor nace en el vientre de la “perfección”, que en cuestiones humanas siempre será una utopía.

No lo pude contener más. El dolor y el vació de la soledad provocados por mi impotencia de salvar a mis hermanos: y con ello salvar mi alma de la perpetua soledad. Se apoderaron de mi corazón, de mi cuerpo y de mi mente. Como un misil me desplomé hacia la tierra. Era un cuerpo inerte en caída libre hacia su muerte, tan trágica en ese punto como la naturaleza misma de su incomprensible existencia.

Sabía perfectamente que no había nada que pudiera salvarme de la caída, mis propias fuerzas estaban extintas. Solo algo tan poderoso como para salvar a un hombre de sus temores, de sus flaquezas y sobre todo de su “compasión”, podría cambiar el rumbo de mi destino. Fue entonces, cuando repentinamente, el viento detuvo de golpe mi caída.

Me detuvo con autoridad a unos cuantos metros de las copas de los árboles, desde donde podía contemplar todo lo que algún día formo parte de mi pasado, desde donde mi cuerpo reposaba estático y centellante como un sol creador de vida, desde donde mi mente delirante y extasiada trataba de asimilar su inesperada salvación, desde donde mis oídos no podían distinguir ningún sonido en el ambiente. Justo era ahí, el lugar donde parecía que todo estaba muerto y vacío –justo a la mitad entre el cielo y la tierra- donde el viento celestial, había decidido que arrojara mi última cadena.

Bajé mi vista hacia la tierra, tratando de encontrar alguna respuesta humana que aliviara a mi corazón de la profunda soledad que lo invadía, y con toda la fuerza de mi estomago y mis pulmones grité:



¡Hola hermanos, he venido a hablar con ustedes!..



Súbitamente de entre los árboles, aparecieron dos hombres que inmediatamente levantaron su mirada hacia donde yo me encontraba. Sorprendidos por mi condición de hombre volador, parecieron palidecer al verme y ver que era uno de ellos, uno que además de levitar el cielo, hablaba su mismo idioma. Sin decir una sola palabra que respondiera a mi saludo, uno de aquellos hombres corrió hacia un árbol y comenzó a trepar veloz entre sus ramas hasta alcanzar la cima. Se aferró con fuerza a la rama más alta y frondosa, y desde esa privilegiada posición, me gritó con toda la fuerza de sus entrañas:

¿Cómo es que has logrado levitar hermano?...

¡No levito, vuelo!, le conteste…

Al escuchar estas palabras, aquel hombre enmudeció, y yo no tuve otra opción que derramar más dulces palabras en sus oídos.

¡No temas hermano!, le dije.

Al trepar a ese imponente árbol, haz dado el primer paso para aprender a volar.

Contempla el panorama…

Nunca será el mismo que cuando transitas arrastrándote por el suelo…

Ten fe en tus instintos y no los reprimas, busca tu felicidad lejos de los rebaños: porque también el sufrir es fortalecer la vida.

Al terminar de pronunciar estas palabras, mi última cadena se había liberado, por lo que el viento comenzó a elevarme de nuevo hacia las alturas, y una última reflexión nació en lo profundo de mi corazón.

“Hoy me he dado cuenta, que no estoy ni estaré solo en las alturas, porque las almas que se han despertado de su perverso letargo no tardan en aspirar a los más altos cielos, porque es ahí y solo ahí, donde encontraran su eterna plenitud”.

5 comentarios:

  1. HOLA!

    UNA DE MIS PALABRAS FAVORITAS ES LA PALABRA "CAMINO" QUE JUNTO CON LAS PERSPECTIVA PERSONAL TE DA LA PAUTA PARA OBSERVAR Y DETERMINAR EL CAMINO, EL CAMINO ES UN CAMBIO QUE DA GIROS Y CONOCIMIENTOS NUEVOS DE LA VIDA Y DE LOS SUJETOS, ES MUY BONITO LO QUE ESCRIBES...

    GRACIAS POR ESCRIBIRNOS Y DARNOS LA OPORTUNIDAD DE LEERTE!

    CON AMOR... MÓNICA PUNZO

    ResponderEliminar
  2. ...excelente.. me encanto... muchas felicidades!!!!...

    ResponderEliminar
  3. woow!! esta genial guana!! cuando sacas tu libro??... te mando un collar...maria

    ResponderEliminar